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Per a tota l'eternitat

Rencor constante más allá de la muerte

Magazine de La Vanguardia | 25/10/2012 - 23:59h
Andrés Trapiello


Los periódicos locales son fuente inestimable de historias tanto más inverosímiles cuanto más reales. Esta se la tropezó uno en un viaje a Bilbao, en la contra de El Correo, que a su vez la obtuvo de una de las esquelas del periódico Abc. La sección de esquelas del Abc es toda una Comedia humana de cuerpo presente, y en pocos lugares se encontrarán tantas y tan monumentales novelas, relatadas apenas con los hilvanes poéticos de las palabras contadas y tasadas según tarifa.

Hace unas semanas murió en Madrid (las esquelas, no sabemos por qué, prefieren la palabra fallecer a morir, porque deben de pensar que el que fallece, fallece en gracia de Dios y va al cielo, y el que muere, muere en pecado y va directamente al infierno), murió, decía, la que según esa esquela fue ilustrísima señora Soledad Hernández viuda del coronel don Honorio García Polo a la edad de setenta y ocho años habiendo recibido los Santos Sacramentos, costumbre esta que tiene a bien seguirse en el género esquelístico de Abc. Tras esos datos, publicaba la esquela esta nota, la novela en cuatro líneas:¿“Quiso en sus últimos momentos de vida dejar encargada la publicación de esta esquela para manifestar su perdón a los familiares que la abandonaron cuando más los necesitó, sus hermanos Juan y Manuel y su hija Soledad por su absoluta falta de cariño y apoyo durante su larga y penosa enfermedad”. Cierra el alegato un hijo de la difunta “y sus amigos” que “ruegan una oración por su alma”. Ellos, suponemos, habrán corrido con los gastos de la lápida del cementerio en la que han hecho grabar estas palabras en letras aún más grandes que las del coronel y las de su ilustrísima señora:¿“Dios hará justicia con los que te hicieron daño”.

De momento, y como ocurriera este verano con cierto ecce homo con el que se le fue la mano a cierta restauradora de la localidad de Borja, han empezado a acercarse los curiosos al cementerio de Camarma de Esteruelas para constatar que si, como creía Quevedo, es posible un “amor constante más allá de la muerte”, también podría serlo el rencor. De hecho es más frecuente esto que lo otro, pero ya no podemos preguntar a esa mujer si todo este cafarnaún fue cosa suya o de los deudos, y poco más podrá saberse.

Luis Carandell alcanzó la celebridad con dos libros curiosos, Celtiberia Show y Tus amigos no te olvidan. Se recogían en ellos, entre muchos, algunos excesos necrológicos. El de esta señora habría podido figurar en ambos, junto a aquel epitafio que dijo haber visto en su viaje porla España negra en el cementerio de un pueblo andaluz el pintor Darío de Regoyos, según el historiador y amigo de este Rodrigo Soriano: “El polvo yace aquí de mi querida, que lo tuvo magnífico en su vida”. Agradece uno que haya quienes se tomen a chirigota un asunto de tanta gravedad como la muerte, incluso quien contribuye involuntariamente con sus pequeñas tragedias a alegrarnos un poco la vida, vida, por cierto, a la que no podemos apuntalar con agravios y resentimientos eternos. Y como diría el otro, a buen entendedor pocas palabras bastan.

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