dimecres, 1 de juliol del 2009

No som d'eixe món...

Clandestinos

JUAN JOSÉ MILLÁS, EL PAÍS - 14-10-2005


Un amigo íntimo me pidió que acudiera el sábado por la noche a su casa
para mostrarme algo. Al llegar, abrió la puerta con aire de misterio y me hizo
pasar sigilosamente a su cuarto de trabajo. Mientras yo curioseaba entre sus
libros, él iba de acá para allá, ofreciéndome té, café, whisky, como si le diera
miedo entrar en materia. Tras dejar transcurrir un tiempo prudencial, le
pregunté si tenía algún problema. Respondió que no estaba seguro y a
continuación, colocando el dedo índice sobre los labios, me arrastró al
pasillo, desde donde nos dirigimos con movimientos furtivos al salón, cuya
puerta estaba entreabierta. Al asomarme, vi a su hijo, de 18 años, instalado
en el sofá, leyendo tranquilamente Madame Bovary.

De vuelta a su estudio, me miró con expresión interrogativa. "¿No te parece
alarmante?", preguntó. "¿Preferirías que leyera Ana Karenina?", pregunté a
mi vez. "Por Dios", gritó, "es sábado por la noche y tiene 18 años; debería
estar tomando cervezas con los amigos". No le dije nada, pero lo cierto es
que la imagen del joven, devorando aquella obra clásica, me había
perturbado. Quizá no fuera un psicópata, pero tampoco se podía negar que
le ocurría algo. Se empieza con rarezas de este tipo, que al principio hacen
gracia, y se acaba leyendo a Samuel Beckett. "La lectura es buena", le
tranquilicé, "en eso está de acuerdo hasta el Ministerio de Cultura". "La
lectura", respondió mi amigo, "es buena cuando tus amigos leen, como
pasaba en nuestra época. Ahora es un síntoma jodido. Si al menos le diera
por El Código Da Vinci, que no hace daño a nadie...".

Me pidió que hablara con su hijo. "Después de todo", añadió, "lo conoces
desde que era un niño y te escuchará mejor que a mí". A los pocos días, me
hice el encontradizo con el chaval y entramos en un bar. Hablamos de
literatura y me pidió algún consejo para abordar la lectura de los clásicos
latinos, que se le resistían. Le recomendé una edición bilingüe de la Eneida y
me ofrecí para que la comentáramos juntos. Pagó él y, al despedirnos, me
guiñó un ojo, diciéndome: "De todo esto, ni una palabra a mi padre, que está
muy preocupado conmigo". Así que llevamos dos semanas leyendo
clandestinamente a Virgilio. ¿Adónde vamos a llegar?

1 comentari:

- Antonio C - ha dit...

buenisimo Anna. ¡Adónde vamos a llegar!